martes, 26 de enero de 2010

Yo y las letras

Pensando, pensando me he dado cuenta de lo importantes que siempre han sido las letras para mí. Pero, no penséis que ha sido una relación positiva siempre. Primero las negué y luego me absorbieron.
Siendo niño aprendí muy tarde a leer. La maestra en primero de E.G.B. insistió e insistió. Mis padres: erre que erre. Y a mí eso de leer me parecía un rollo. Mejor era jugar o ver la tele. Me distraía con cualquier cosa y mis lecturas eran torpes, cansinas y entrecortadas. No le sacaba ningún jugo a esos cuentos o historietas de los libros de texto. Fue tal el esfuerzo para aprender a leer, que pasé prácticamente toda la infancia sin leer voluntariamente nada. No leía ni tebeos.
¿Qué pasó entonces?¿Cuándo y por qué me enamoré de los libros?
Lo cierto es que en casa de mis padres siempre ha habido libros. Mi padre es un gran lector, un triturador como digo yo. Lee de todo. Su madre siempre me regalaba libros, junto a algún dinerillo, en los cumpleaños, reyes u otros momentos señalados. Mi tío (hermano de mi padre) también es un gran lector y cuando se hizo mayor empezó a regalarme libros también, junto a discos de música. Aquellos libros regalados se pasaron años en las estanterías de mi habitación, sin hacerles yo ningún caso. Me parecían regalos absurdos. Intentaba leerlos, pero me cansaba pronto y los abandonaba. Carecía de la imaginación o la paciencia de imaginar los relatos de los libros.
Hubo una maestra en E.G.B. que nos hizo leer en sexto un libro sobre un niño primitivo y su familia. "Ur" creo que se llamaba el libro. Aquella historia sí me gustó. Con once años la entendí y me di cuenta de que en los libros podían contarme cosas interesantes. Pero no fue tan fuerte la corriente como para que me iluminara y me pusiera a leer. Aquello fue más tarde.
Me encontré en el instituto, con 14 años. Un centro nuevo, gente nueva y había que adaptarse. Había allí compañeros que habían leído mucho, que compartían comentarios sobre libros y yo estaba fuera de lugar. Recuerdo que tuvimos un profesor de lengua. No recuerdo su nombre, pero aquel profesor nos dijo que aunque su asignatura era lengua y no tendríamos literatura hasta el siguiente curso, en su clase se leían libros de forma voluntaria. A mi me pareció bien eso de "voluntario". Y leí todo lo que nos mandó. Y de pronto me enamoré para siempre. Aquello sí eras buenas lecturas: "El señor de las moscas", "El guardián entre el centeno" y otros títulos que no recuerdo. Libros que hacían reflexionar y vivir en primera persona las aventuras.
Aquel mismo verano me propuse leer. Os lo juro. Con esas ceremonias que se hacen en la adolescencia, me miré al espejo y dije: "Tú vas a leer todos los días". Mi estreno fue con "El Hobbit" de J.R.R. Tolkien y el último que está en mis manos es la tercera parte de "Aléxandros. El confín del mundo" de Valerio Massimo Manfredi. Entre medias casi veinte años de cientos de lecturas, de disfrute y sufrimiento junto a miles de personajes y autores.

Este artículo es mi agradecimiento a mis padres, maestros y profesores por su insistencia en que descubriera el maravilloso mundo de los libros.

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