Qué bien viene estar en silencio. Leer, escribir, pensar... qué bien viene. Pero en silencio.
martes, 26 de enero de 2010
Abulia
Enciendo un cigarrillo. El humo pasa por mi boca y quema en mi garganta. Pero no importa, aspiro un poco más y lleno mis pulmones de veneno bien a conciencia. Con las persiana medio bajada veo entre penumbras la botella de bourbon y el vasito lleno de huellas y un resto de líquido dorado. Exhalo el humo directo a la botella y me entretengo en ver el efecto sobre la luz oblicua que proyecta la persiana. Me pongo otro vaso y lo apuro hasta el fondo. El bourbon compensa la aspereza del tabaco. Deja un picor en la punta de la lengua y un regusto a madera. No consigo eliminar el resto de líquido del fondo del vasito, saco la lengua y lamo. Veo ya entre tinieblas el fondo del salón, he debido de fumar mucho, la atmósfera supongo que está cargada, pero no noto nada. Estoy solo. Nadie va a venir, no habrá interrupciones. Creo que llevo tres días así. Ya acabé con los aperitivos y el pan de molde. Me queda algo de queso de untar y pan tostado. No pienso cocinar. Comeré cualquier cosa, cuando tenga hambre. Creo que aún estoy demasiado despejado. No dejo de pensar. Me trago otro vasito y ahora lo lamo a conciencia, girando el vasito por completo sobre mi lengua. Qué rico. Debería ir a mear, pero voy a aguantar un poco más. Cojo otra vez el taco de preguntas del trivial: Geografía- ¿qué localidad española fundaron los fenicios con el nombre de Ébusus el año 654 antes de Cristo?. Joder con la preguntita. Con el pedo que llevo como para pensar. Giro la tarjeta: Ibiza. Dejo el taco de preguntas. Otra calada, exhalo y me sirvo otro vasito de bourbon que apuro inmediatamente. Quizás si hubiera tenido ganas, hubiera podido acertar la pregunta. Pero para qué. La respuesta viene detrás y estoy solo. No me hago trampas a mí mismo. Es cierto que cuando se juega en serio, unos contra otros, con el tablero y la competición, estas cosas no se pueden hacer, pero en este caso da lo mismo. Tengo el pensamiento un poco turbio y los ojos secos. Debería ir a mear, pero me sirvo otro vasito. Esta vez aspiro el humo, bebo el bourbon y exhalo el humo. La cabeza me da vueltas. Estoy en una espiral descendente, la cabeza se separa de mi cuerpo de algodón. El agujero negro me absorve y desciendo, desciendo. No veo nada. Me toco los ojos para comprobar que los tengo abiertos. Sí, lo están pero no veo nada. Debe ser de noche. Siento frío en la entrepierna. Me toco y estoy todo mojado. Me he meado encima. Ahora pienso que debería haber ido a mear antes. Me levanto y palpo para no tropezar y poder encender la luz. Al fin encuentro la clavija y la acciono. El salón está revuelto y sucio. Restos de comida seca en platos y bandejas sobre la mesa y el suelo. Dos botellas vacías de vino, tres litronas secas y una docena de botes de cerveza repartidos por todas partes. El sillón tiene un cerco amarillento y un agujero donde cayó el cigarrillo. Suena el teléfono. Me parece un sonido irreal. Debo estar muy borracho como para hablar con nadie. Lo dejo que suene. Me acerco a la mesa y cojo el paquete de tabaco. Me enciendo otro cigarrillo, voy a abrir la ventana. Abro dos dedos y el calor de fuera se cuela desesperado, como queriendo huir. Cierro otra vez. Son las once y media y no parece que vaya a refrescar. Qué calor. Suena el teléfono. Lo dejo sonar, ya se cansarán.
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