martes, 26 de enero de 2010

¡Sorpresa!

El hombre recogió de la mesa un papel y leyó: "Susúrrame al oído mi nombre. Dime al oído que me quieres. Dímelo ahora que te abrazo, ahora que no lo escuchará nadie. Hazlo y deja que no se oiga nada más del mundo. Déjame que crea que nada existe salvo nosotros dos. Abrázame fuerte, fuerte que me caigo. No me dejes desfallecer, no quiero rendirme sin luchar. Pero estoy tan solo. Por favor, acompáñame, sé mi estandarte, mi cayado, como lo has sido siempre desde que te conocí. No me dejes, no. No podría soportarlo..." Allí concluía el texto que parecía inacabado. El hombre levantó la vista del papel e indicó a los policías que descolgaran el cadáver. Miró a su ayudante: -¿Se sabe quién es? -Un poeta delirante. -¿Delirante, por qué? -Porque yo era su amante y ayer mismo le dejé.

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