Qué bien viene estar en silencio. Leer, escribir, pensar... qué bien viene. Pero en silencio.
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martes, 26 de enero de 2010
Ortega
Hace días que no escribo nada en mi, en otro momento, entusiasta blog. Es esta una de las razones por las que, aún gustándome las letras, nunca seré escritor, puesto que me encuentro perezoso para dedicarme a escribirlas. Pero no iba yo a esto, sino a que me gustaría pedir alguna ayuda entre los "blogeros" que puedan leer esto. Si habéis seguido mis escritos, soy una persona normal a la que le gusta leer. Evidentemente, mis lecturas principales han sido novelas, teatro, etc. De todo tipo eso sí. No me ha dado miedo la literatura del siglo de oro español, o novelas modernas, clásicos extranjeros, clásicos grecorromanos, etc. Pero había una laguna que empieza a llamarme poderosamente la atención ahora. Estoy hablando de los ensayos filosóficos. Leí hace poco la "Rebelión de las masas" de Ortega y Gasset y lo cierto es que me gustó mucho. Tanto que ahora me estoy leyendo otro librito del mismo autor, de título "El espectador" que es un compendio de artículos escritos por el autor a lo largo de más de veinte años. Me sigue gustando y lo que más me sorprende es su claridad. Le entiendo perfectamente. Y es en este punto donde pido ayuda. ¿Es normal que lo entienda? quiero decir, ¿los escritos filosóficos son siempre tan clarificadores?. Lo pregunto, porque ahora que me acuerdo, intenté leer a Nietzsche y, salvo algunos pasajes, en realidad no me enteré de nada. ¿Existen más filósofos comprensibles para mí a parte de Ortega? ¿a quién más puedo leer? Es aquí donde pido ayuda a mis posibles amigos. Gracias
Objetividad o fascinación
Ayer mismo acabé de leer la biografía escrita por Valerio Massimo Manfredi, en tres libros, sobre Alejandro Magno. Lo he pasado muy bien leyéndola. Sobre todo, es una novela y por eso ha sido una lectura trepidante, emotiva y muy real. Tan real que siento aún la presencia en mi cabeza de los personajes y las peripecias tan extraordinarias que protagonizan. Pero sin desdeñar el disfrute que he obtenido; ¿cuánto de lo que el autor me ha mostrado es auténtico y cuánto fruto de su imaginación? Está claro que habrá grandes licencias y que en favor de la novela los acontecimientos se han manejado un poco al albur de la tensión narrativa. Pero también, ¿no sufrirá el autor cierta fascinación ante un personaje como este? Creo que es inevitable. Todo aquello que provoca Alejandro, sean actos morales o inmorales, encuentran una lógica dentro del gran plan del personaje para apoderarse del mundo. De esta forma, llegas a amar a aquel que por principios políticos y militares mató a miles, debastó ciudades enteras y que no pareció tener fin en su ambición. Alguno me direis que Alejandro era un hombre de su tiempo y que como tal hay que entenderlo. Pero no me ciño sólo a este personaje. Esto es sólo un pretexto para la reflexión que planteo. Cuando lees una biografía de cualquier persona actual, al final terminas entendiendo sus motivos, sus actos, sus pensamientos. ¿Realmente todo el mundo actúa según una lógica? ¿o son los biógrafos y novelistas los que con su fascinación por el personaje, nos transmiten cierta justificación hacia lo que los personajes hacen? ¿Llegaríamos a entender a un asesino en serie si leyéramos su biografía? ¿Llegaríamos a admirar a cualquier personaje que tuviera un buen biógrafo? ¿Sería esta una admiración merecida por el personaje o debida al embrujo que sobre el escritor han ejercido las posibles entrevistas, los meses de investigacion y las conversaciones con conocidos y amigos del personaje? Creo que es una duda irresoluble.
Yo y las letras
Pensando, pensando me he dado cuenta de lo importantes que siempre han sido las letras para mí. Pero, no penséis que ha sido una relación positiva siempre. Primero las negué y luego me absorbieron.
Siendo niño aprendí muy tarde a leer. La maestra en primero de E.G.B. insistió e insistió. Mis padres: erre que erre. Y a mí eso de leer me parecía un rollo. Mejor era jugar o ver la tele. Me distraía con cualquier cosa y mis lecturas eran torpes, cansinas y entrecortadas. No le sacaba ningún jugo a esos cuentos o historietas de los libros de texto. Fue tal el esfuerzo para aprender a leer, que pasé prácticamente toda la infancia sin leer voluntariamente nada. No leía ni tebeos.
¿Qué pasó entonces?¿Cuándo y por qué me enamoré de los libros?
Lo cierto es que en casa de mis padres siempre ha habido libros. Mi padre es un gran lector, un triturador como digo yo. Lee de todo. Su madre siempre me regalaba libros, junto a algún dinerillo, en los cumpleaños, reyes u otros momentos señalados. Mi tío (hermano de mi padre) también es un gran lector y cuando se hizo mayor empezó a regalarme libros también, junto a discos de música. Aquellos libros regalados se pasaron años en las estanterías de mi habitación, sin hacerles yo ningún caso. Me parecían regalos absurdos. Intentaba leerlos, pero me cansaba pronto y los abandonaba. Carecía de la imaginación o la paciencia de imaginar los relatos de los libros.
Hubo una maestra en E.G.B. que nos hizo leer en sexto un libro sobre un niño primitivo y su familia. "Ur" creo que se llamaba el libro. Aquella historia sí me gustó. Con once años la entendí y me di cuenta de que en los libros podían contarme cosas interesantes. Pero no fue tan fuerte la corriente como para que me iluminara y me pusiera a leer. Aquello fue más tarde.
Me encontré en el instituto, con 14 años. Un centro nuevo, gente nueva y había que adaptarse. Había allí compañeros que habían leído mucho, que compartían comentarios sobre libros y yo estaba fuera de lugar. Recuerdo que tuvimos un profesor de lengua. No recuerdo su nombre, pero aquel profesor nos dijo que aunque su asignatura era lengua y no tendríamos literatura hasta el siguiente curso, en su clase se leían libros de forma voluntaria. A mi me pareció bien eso de "voluntario". Y leí todo lo que nos mandó. Y de pronto me enamoré para siempre. Aquello sí eras buenas lecturas: "El señor de las moscas", "El guardián entre el centeno" y otros títulos que no recuerdo. Libros que hacían reflexionar y vivir en primera persona las aventuras.
Aquel mismo verano me propuse leer. Os lo juro. Con esas ceremonias que se hacen en la adolescencia, me miré al espejo y dije: "Tú vas a leer todos los días". Mi estreno fue con "El Hobbit" de J.R.R. Tolkien y el último que está en mis manos es la tercera parte de "Aléxandros. El confín del mundo" de Valerio Massimo Manfredi. Entre medias casi veinte años de cientos de lecturas, de disfrute y sufrimiento junto a miles de personajes y autores.
Este artículo es mi agradecimiento a mis padres, maestros y profesores por su insistencia en que descubriera el maravilloso mundo de los libros.
Siendo niño aprendí muy tarde a leer. La maestra en primero de E.G.B. insistió e insistió. Mis padres: erre que erre. Y a mí eso de leer me parecía un rollo. Mejor era jugar o ver la tele. Me distraía con cualquier cosa y mis lecturas eran torpes, cansinas y entrecortadas. No le sacaba ningún jugo a esos cuentos o historietas de los libros de texto. Fue tal el esfuerzo para aprender a leer, que pasé prácticamente toda la infancia sin leer voluntariamente nada. No leía ni tebeos.
¿Qué pasó entonces?¿Cuándo y por qué me enamoré de los libros?
Lo cierto es que en casa de mis padres siempre ha habido libros. Mi padre es un gran lector, un triturador como digo yo. Lee de todo. Su madre siempre me regalaba libros, junto a algún dinerillo, en los cumpleaños, reyes u otros momentos señalados. Mi tío (hermano de mi padre) también es un gran lector y cuando se hizo mayor empezó a regalarme libros también, junto a discos de música. Aquellos libros regalados se pasaron años en las estanterías de mi habitación, sin hacerles yo ningún caso. Me parecían regalos absurdos. Intentaba leerlos, pero me cansaba pronto y los abandonaba. Carecía de la imaginación o la paciencia de imaginar los relatos de los libros.
Hubo una maestra en E.G.B. que nos hizo leer en sexto un libro sobre un niño primitivo y su familia. "Ur" creo que se llamaba el libro. Aquella historia sí me gustó. Con once años la entendí y me di cuenta de que en los libros podían contarme cosas interesantes. Pero no fue tan fuerte la corriente como para que me iluminara y me pusiera a leer. Aquello fue más tarde.
Me encontré en el instituto, con 14 años. Un centro nuevo, gente nueva y había que adaptarse. Había allí compañeros que habían leído mucho, que compartían comentarios sobre libros y yo estaba fuera de lugar. Recuerdo que tuvimos un profesor de lengua. No recuerdo su nombre, pero aquel profesor nos dijo que aunque su asignatura era lengua y no tendríamos literatura hasta el siguiente curso, en su clase se leían libros de forma voluntaria. A mi me pareció bien eso de "voluntario". Y leí todo lo que nos mandó. Y de pronto me enamoré para siempre. Aquello sí eras buenas lecturas: "El señor de las moscas", "El guardián entre el centeno" y otros títulos que no recuerdo. Libros que hacían reflexionar y vivir en primera persona las aventuras.
Aquel mismo verano me propuse leer. Os lo juro. Con esas ceremonias que se hacen en la adolescencia, me miré al espejo y dije: "Tú vas a leer todos los días". Mi estreno fue con "El Hobbit" de J.R.R. Tolkien y el último que está en mis manos es la tercera parte de "Aléxandros. El confín del mundo" de Valerio Massimo Manfredi. Entre medias casi veinte años de cientos de lecturas, de disfrute y sufrimiento junto a miles de personajes y autores.
Este artículo es mi agradecimiento a mis padres, maestros y profesores por su insistencia en que descubriera el maravilloso mundo de los libros.
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