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martes, 22 de diciembre de 2015

Vacío hueco

Arrebato silenciado es esto que me enerva. Torpeza total del cobarde que tuvo y no supo cogerlo. Desesperado grito mudo que pide lo que creyó suyo.
Cuán solo te vas a quedar y lo sabes.
Quizás muerto sería mejor. Lejos de todo. Porque no entendí el mecanismo del vivir, debería disolverme en el Todo.
Pero tiraré mi pellejo seco por el abismo.
Cuán solo te vas a quedar y lo sabes.
Qué dolor, cuánto dolor. En todo este tiempo, dolor, error, control, dolor y ya el máximo dolor. El arrebato último, lo inesperado, el rayo fulminante: tírate, pero ya nada puedes hacer.
Egoísta, idiota, engreído, ingrato, soberbio,... creíste ser lo que no eres, poder con lo que no puedes y estás al borde del abismo con tu pellejo seco y tu alma huida. Y sólo preguntas: ¿qué hago?
Cuán solo te vas a quedar y lo sabes.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Huida

La huida hacia adelante
Quizás no es elegante.
Lo que es seguro,
Es que mira al futuro.

Mas de lo que se huye,
Finalmente te intuye.
Y lo que quisiste dejar atrás
al cabo te atrapará.

No huyas de lo mal hecho.
Corrige antes de continuar.
Que lo malo te persigue,
Aunque no pares de andar.



martes, 27 de diciembre de 2011

Pesadillas recurrentes infantiles

Sopla aire que me enfría los pies. Me giro en la cama y ella no está. Me he desarropado no sé desde cuándo. Abro los ojos más y no se ve nada. No recuerdo muy bien dónde estoy, tampoco sé muy bien quién soy, sólo sé que estoy solo en la cama.
Sopla aire que me enfría los pies. Me incorporo en la cama y ella no está. Creo que ella estaba conmigo antes, tal vez lo he soñado, no lo sé con seguridad.
La llamo fuerte, me siento inseguro, no sé dónde puede estar la luz de este tugurio.
Llamo y llamo y mi voz no se oye, de entre todos los sonidos del mundo el mío se esconde.
Quiero gritar, mis pies se hielan, esta manta es muy rara no hay forma de abrigarme con ella.
Sin más, floto por encima del lecho, no puedo saber cómo lo he hecho.
La oscuridad no es tan grande como hace un momento, los objetos están flotando y yo entre ellos.
El silencio es total, sordo me siento, no sé a que se debe tan raro momento.
Sin sonido ninguno no soy yo el que vuela, me siento manejado como una marioneta.
El miedo me puede, no consigo dominar nada de lo que ocurre en este asunto fatal.
De vuelta en la cama, de la pared asoma una cabeza horrible que como loca llora.
Me giro en la cama y no quiero mirar, del techo me gritan voces sin parar.
Abro los ojos veo mi habitación, con temor y bajito llamo a mi madre: ven, por favor.
Mi madre acude, ya todo ha pasado, de nuevo he tenido mi sueño atormentado.

sábado, 22 de octubre de 2011

Yo sin ETA

Las ocho de la tarde del día veinte de octubre. Miro las últimas noticias en internet y me salta a los ojos un titular acompañado de la foto de tres encapuchados: "ETA declara el fin definitivo de la lucha armada". En ese momento mi mente se divide en dos y sigo haciendo cosas como pinchar la noticia para leer más, correr a decírselo a Noemí y hablar con ella esperanzado. Pero a la vez, ese titular me ha arrancado de mi presente y se me presentan los "¡¡hijos de puta, hijos de puta!!" de unos ciudadanos en el puente de Vallecas que gritan al aire entre los restos de una explosión. Y un autobús destrozado en la plaza de la Replública Argentina con jóvenes guardias civiles, por donde tantas veces he pasado luego para ir a la calle Vitruvio. Y los cuerpos mutilados de Irene Villa y su madre a los pies del coche con el que iban al colegio. Y la cara de alucinada incredulidad ante la multitud vitoreante de Ortega Lara, gafas de pasta, barba larga y cuerpo consumido. Y me he visto gritar con miles de personas para que por favor, por favor no maten a Miguel Ángel Blanco. Y ponerme de rodillas con las manos blancas en la nuca porque habían matado a Tomás y Valiente y ese día se suspendieron las clases en mi universidad. Y una bicicleta bomba en López de Hoyos a quinientos metros de donde vivía la que ahora es mi mujer. Y el aparcamiento de la T4 por los aires junto con nuestras esperanzas una vez más. Y tantas fotos de etarras y tantas declaraciones políticas y tantas familias llorando sus muertos.

Tengo treinta y seis años y mi mujer me abraza porque ve mi piel de gallina y mis ojos brillantes. Adivina como nadie que algo más pasa por mi cabeza aparte de la propia noticia. Y tiene razón como casi siempre, porque los recuerdos me traen con ellos aquellos sentimientos de impotencia e incredulidad ante las barbaridades.

Aún recuerdo cuando mis familiares de Francia me preguntaron una vez: "¿pero los de ETA qué quieren en realidad?" y con mis veinte años de experiencia en muertos y atentados de entonces no supe que contestarles. ¿Qué piden estos con extrosión, tiros, secuestros y bombas? Cercenando así la normalidad a toda una sociedad y sobre todo a la gente en el País Vasco. "No lo sé, sólo son unos asesinos" contesté a mis familiares franceses allá en Noisy-le-Grand.

Soy madrileño y he vivido con miedo a morir o a que maten a cualquier amigo o conocido. Ahora me parece mentira que mis hijos crezcan sin estos recuerdos que yo tengo de atentados y secuestros, de coches bomba y manifestaciones de rabia contenida. Sin temor.

ETA ocupa un buen trozo de mí mismo y ahora mi yo sin ETA será un yo mucho más feliz, sin duda.

domingo, 14 de agosto de 2011

El precipicio

El estómago encogido. Sabes lo que has de hacer, pero cualquier fallo lo puede fastidiar. Mejor no mirar a nadie. Todos están nerviosos. Una palabra, una frase de ánimo, una confesión trémula entre dientes.
El cuerpo me pide acción, no soporto la espera. Hay que hacerlo de una vez y hacerlo me mata de miedo. Encima estoy sonriendo. No pasa nada, todo va bien; digo a todo el mundo. Ay, qué pequeño me parece mi estómago y se me olvida respirar. Toma aire muchachito que te vas a desmayar.
Ya está, no hay marcha atrás, el telón se abre y debemos actuar.

martes, 26 de enero de 2010

Dónde estoy yo.

Este documento que me dispongo a publicar ha aparecido en una carpeta recóndita de mi computador. La verdad es que estuve haciendo un pequeño ejercicio de memoria, por ver si recordaba el momento en el que escribí esto con tan mala leche. Ya sabéis: sólo escribo si estoy arrebatado (de amor, de odio o de cualquiera otra emoción). Después de pensar un poco y no encontrar la respuesta, vi que lo escribí poco antes de nacer Marcos. Esto me hace aún más gracia, porque hoy por hoy los temores que desencadenaron este escrito están desterrados y no tienen ningún lugar en mi corazón. Mis hijos son lo mejor que me ha pasado, pero este texto quizás sirva para los que están a punto de que les cambie la vida con un hijo. Tranquilos, no pasa nada grave.

Dedicado a todos y todas los que, a veces, me leen.

¿Dónde estoy yo? ¿dónde aquel ser especial que creía ser? ¿dónde fue la ilusión? ¿dónde está el arrebato, la locura, lo auténtico, la frescura? Nunca fui nada de lo que me creí. La vida me llevó por derroteros que yo nunca transgredí. Veo que me hago mayor y nada a mi alrededor ha dejado de ser baladí. Nada tiene sentido. Nada es auténtico, vivido, todo diferido, observado, alejado de mí. ¿Dónde estoy yo? ¿dónde mi amor? ¿dónde mi significación, mi legado, mi camino, mi excusa para existir? No la encuentro, ni siquiera la perdí, porque nunca la poseí. Estoy perdido, perdido, perdido en mi vida, en mi rutina, en una segunda existencia de mentira. Este no soy yo, mi yo no existe ya más que para mí, en noches de frenesí, alcohol y destrucción. Nunca ya podré expresar lo que deseo de verdad que es enfermar de amor, de peligros y libertad. Me pudriré poco a poco, consumido en mi vida feliz, a la vista de todos en mi tumba de oro.