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martes, 22 de diciembre de 2015

Vacío hueco

Arrebato silenciado es esto que me enerva. Torpeza total del cobarde que tuvo y no supo cogerlo. Desesperado grito mudo que pide lo que creyó suyo.
Cuán solo te vas a quedar y lo sabes.
Quizás muerto sería mejor. Lejos de todo. Porque no entendí el mecanismo del vivir, debería disolverme en el Todo.
Pero tiraré mi pellejo seco por el abismo.
Cuán solo te vas a quedar y lo sabes.
Qué dolor, cuánto dolor. En todo este tiempo, dolor, error, control, dolor y ya el máximo dolor. El arrebato último, lo inesperado, el rayo fulminante: tírate, pero ya nada puedes hacer.
Egoísta, idiota, engreído, ingrato, soberbio,... creíste ser lo que no eres, poder con lo que no puedes y estás al borde del abismo con tu pellejo seco y tu alma huida. Y sólo preguntas: ¿qué hago?
Cuán solo te vas a quedar y lo sabes.

martes, 26 de enero de 2010

Sola

La joven no lo tenía muy claro, pero con dudas y todo, entró. Al traspasar la valla, sintió cierto frío. Frío dentro, en el cuerpo. Todo estaba allí, los edificios y los espacios, todos conocidos, mas inanimados. Como títere sin titiritero se había quedado todo. Pura inmovilidad, cáscara, fachada, máscara hueca. También había gentes allí. Gentes que andaban, hablaban y sonreían en una nebulosa que amortiguaba los sonidos y hacía ver las escenas en la lejanía de un túnel. Aquello ya nunca sería lo que fue. Ahora era un desierto de soledades. Almas solas, entre almas solas. Inmóviles, cáscaras, fachadas, máscaras huecas. Dónde encontrar las conexiones, dónde las pasiones en aquel lugar. El alma de la joven se quejaba a la deriva. Sola, entre almas solas. Dónde hallar un alma amiga, una gemela de valor equivalente, frecuencias parejas e inquietudes acompasadas. En aquel lugar ya no. La gemela existió allí, pero se fue. Dejando a la joven sola con su sola alma a la deriva.

Abulia

Enciendo un cigarrillo. El humo pasa por mi boca y quema en mi garganta. Pero no importa, aspiro un poco más y lleno mis pulmones de veneno bien a conciencia. Con las persiana medio bajada veo entre penumbras la botella de bourbon y el vasito lleno de huellas y un resto de líquido dorado. Exhalo el humo directo a la botella y me entretengo en ver el efecto sobre la luz oblicua que proyecta la persiana. Me pongo otro vaso y lo apuro hasta el fondo. El bourbon compensa la aspereza del tabaco. Deja un picor en la punta de la lengua y un regusto a madera. No consigo eliminar el resto de líquido del fondo del vasito, saco la lengua y lamo. Veo ya entre tinieblas el fondo del salón, he debido de fumar mucho, la atmósfera supongo que está cargada, pero no noto nada. Estoy solo. Nadie va a venir, no habrá interrupciones. Creo que llevo tres días así. Ya acabé con los aperitivos y el pan de molde. Me queda algo de queso de untar y pan tostado. No pienso cocinar. Comeré cualquier cosa, cuando tenga hambre. Creo que aún estoy demasiado despejado. No dejo de pensar. Me trago otro vasito y ahora lo lamo a conciencia, girando el vasito por completo sobre mi lengua. Qué rico. Debería ir a mear, pero voy a aguantar un poco más. Cojo otra vez el taco de preguntas del trivial: Geografía- ¿qué localidad española fundaron los fenicios con el nombre de Ébusus el año 654 antes de Cristo?. Joder con la preguntita. Con el pedo que llevo como para pensar. Giro la tarjeta: Ibiza. Dejo el taco de preguntas. Otra calada, exhalo y me sirvo otro vasito de bourbon que apuro inmediatamente. Quizás si hubiera tenido ganas, hubiera podido acertar la pregunta. Pero para qué. La respuesta viene detrás y estoy solo. No me hago trampas a mí mismo. Es cierto que cuando se juega en serio, unos contra otros, con el tablero y la competición, estas cosas no se pueden hacer, pero en este caso da lo mismo. Tengo el pensamiento un poco turbio y los ojos secos. Debería ir a mear, pero me sirvo otro vasito. Esta vez aspiro el humo, bebo el bourbon y exhalo el humo. La cabeza me da vueltas. Estoy en una espiral descendente, la cabeza se separa de mi cuerpo de algodón. El agujero negro me absorve y desciendo, desciendo. No veo nada. Me toco los ojos para comprobar que los tengo abiertos. Sí, lo están pero no veo nada. Debe ser de noche. Siento frío en la entrepierna. Me toco y estoy todo mojado. Me he meado encima. Ahora pienso que debería haber ido a mear antes. Me levanto y palpo para no tropezar y poder encender la luz. Al fin encuentro la clavija y la acciono. El salón está revuelto y sucio. Restos de comida seca en platos y bandejas sobre la mesa y el suelo. Dos botellas vacías de vino, tres litronas secas y una docena de botes de cerveza repartidos por todas partes. El sillón tiene un cerco amarillento y un agujero donde cayó el cigarrillo. Suena el teléfono. Me parece un sonido irreal. Debo estar muy borracho como para hablar con nadie. Lo dejo que suene. Me acerco a la mesa y cojo el paquete de tabaco. Me enciendo otro cigarrillo, voy a abrir la ventana. Abro dos dedos y el calor de fuera se cuela desesperado, como queriendo huir. Cierro otra vez. Son las once y media y no parece que vaya a refrescar. Qué calor. Suena el teléfono. Lo dejo sonar, ya se cansarán.

En un pozo oscuro y profundo

Una personalidad insegura, que se entrega confiada a quien no debe, corre el riesgo de caer en el pozo. Una vez que ha caído, los demás nos vemos incapaces de ayudar. Todas nuestras palabras, todos nuestros hechos, los ánimos, las reprimendas caen en ese pozo inagotable. El maldito pozo es creación de ella y sin embargo no se da cuenta. No percibe su propio poder sobre el pozo y no lo destruye. El pozo es por tanto percibido como impuesto e incluso merecido. En estas circunstancias, la personalidad insegura se aloja en él, aún siendo un lugar oscuro y profundo. En esa incomodidad encuentra una particular comodidad. Es entonces cuando el pozo se la traga poco a poco. El pozo la hunde lejos, donde nuestras voces y actos ya no tienen ninguna repercusión.

Rechazo

La vi de refilón. Como una figura indefinida. La vi de soslayo, sin fijarme demasiado en nada de ella y, sin embargo, en ese gesto nació algo dentro de mí. La obligación nos puso en la necesidad de hablar. Parecía un ser interesante. Tenía un bello rostro y un pelo moreno ensortijado muy brillante, algo parecía ocultar, creí que era algún dolor, algún misterio, algo que yo quería saber. Poco a poco fuimos quedando a comer. Procuré siempre ser muy amable, cortés. Estas galanterías, ella parecía no entenderlas. Yo no sabía por qué. Yo le hablaba de mi vida, me sinceraba con ella. Ahora me doy cuenta de que no fui correspondido. No supe nada de ella. Creí que seríamos amigos. Deseaba ser su amigo. Pero me equivoqué. Mi deseo no era el suyo. Sutilmente rechazó mi trato especial. Ella era la más importante en aquel lugar y sin embargo yo para ella era uno más. Rechazo. Rechazo a mi insistencia, a mi amabilidad y quizás agobio también sintió todo el tiempo que yo creí que compartíamos. Pero la alegría sólo era mía. No fui nada para ella y a mí me cortó la respiración por más de un año. Qué duro es haber hecho tanto para conseguir un deseo, y que finalmente no se cumpliera. Las personas son libres incluso para no hacer caso de la entrega absoluta. Un solo chasquido de sus dedos hubiera removido el mundo entero. Sin embargo, lo dejó pasar, no me quiso complacer, no reconoció mis esfuerzos, mi cariño, mi amabilidad. Me gustaría decir que ella se lo perdió, pero no es así. Lo perdí yo todo. Ella se quedó como estaba antes de conocernos. A mí sólo me quedó el desgaste de mi alma toda, como si la hubiera puesto a centrifugar una niña indolente y caprichosa. Aún llora mi corazón cuando recuerdo este, mi más doloroso rechazo.