sábado, 23 de junio de 2012

El Árbol de los Calcetines

  Jorge siempre llegaba a casa del colegio muy agitado y sudoroso. Había jugado intensamente, había saltado y trotado a cuatro patas por todos los lugares donde no hubiera un adulto que le reprendiera.

  Jorge era un niño de seis años, activo, listo y juguetón. A veces, no prestaba atención a lo que se le decía, porque andaba pensando en aviones velocísimos, en coches supersónicos y en animales muy fieros que cazaban ciervos con sus garras súper afiladas.

  Su madre ya no sabía qué hacer para quitar a Jorge la manía de llegar a casa y dejar todo tirado por todas partes: la chaqueta encima del sofá, los zapatos cada uno en un rincón, los calcetines... los calcetines de Jorge siempre estaban colocados uno encima del otro con mucho cuidado en cualquier parte: debajo de la mesa del salón, detrás de la puerta del cuarto de baño, a los pies de la cama... A Jorge le gustaban los calcetines, pero le daban calor casi siempre.

  Su madre, un día, muy cansada de ver el desorden que dejaba Jorge, le gritó: ¡¡estoy harta de este sembrado!!

  Jorge entonces paró en seco, su madre no solía gritar, siempre hablaba bajito y despacio, para que él pudiera entender bien lo que se le decía. Jorge se puso serio y empezó a recoger la ropa, recordando las rutinas del cole: colgó la chaqueta en su percha de la entrada, metió sus zapatos dentro del mueble zapatero de su habitación y los calcetines... los calcetines se los metió en el bolsillo. Jorge había tenido una idea.

  Esa tarde, después de merendar, Jorge y su madre salieron al parque a jugar con otros niños del barrio. Jorge procuró que su madre no notara el bulto en el bolsillo. Allí llevaba sus calcetines.

  En cuanto salieron a la calle buscó a Sara y a Paco. Cuando les encontró, les contó rápidamente el plan que tenía. Les apartó del resto y les dijo sin mover mucho los labios que tenían que irse al Reguero. El Reguero era el chorrito de agua que se encauzaba levemente de una fuente rota, que siempre tenía fugas de agua. A las madres no les gustaba que fueran a jugar al Reguero, así que tuvieron que hacerse los invisibles. Para eso se agacharon entre los niños que jugaban a las chapas, al fútbol y con los cubos de arena y se distanciaron poco a poco. Finalmente, llegaron al Reguero y Jorge dijo:
- Dice mi madre que mi ropa es un sembrado, pues vamos a plantar mis calcetines, a ver qué pasa.
- Genial - dijo Sara
- Yo cojo agua - apoyó Paco.

  Sara y Jorge escarbaron un hoyo con las manos, mientras Paco cogía agua de la fuente. Cuando el hoyo les pareció suficiente, Paco echó el agua, pero ya no tenía casi entre las manos. Pusieron los calcetines sucios y arrugados dentro del hoyo y los enterraron. Después los tres acudieron a la fuente a llenarse las manos de agua, para regar los calcetines recién plantados.Tras esto, se fueron a jugar al parque a la vista de sus madres que no se habían dado cuenta de nada.

  Los tres amigos se acercaban todos los días al lugar de plantación, cerca del Reguero, pero nada. No pasaba nada. Aún así, regaban los calcetines cogiendo agua de la fuente rota.

  Y así pasaron dos días y tres y cuatro y cinco y seis, pero el séptimo día, el séptimo día, Jorge, Sara y Paco se quedaron con la boca abierta. De la nada, en una sola noche había surgido, en el lugar donde plantaron y regaron los calcetines de Jorge, un árbol. Un árbol de tamaño medio, con tronco blanco y ramas delgadas y delicadas y unas hojas de verde intenso. Dieron una vuelta al árbol y no encontraron nada. Paco, algo molesto, dijo mirando a sus amigos:
- Creí que este árbol sería de calcetines, es un árbol normal y yo quería unos calcetines de algodón que no me picaran y me tuvieran los pies calientes.
  En ese mismo instante, un par de ramas se doblaban bajo el peso de unos únicos y blanquísimos pares de calcetines de algodón.

 Paco no lo dudó, se acercó decidido al árbol y arrancó aquel par de calcetines y se los puso. Eran unos calcetines muy cómodos, blanditos y nuevos. Los tres amigos se rieron emocionados y buscaron más pares de calcetines en el Árbol de los Calcetines. Pero no había más. Sara se quejó en voz alta:
- Pues vaya, necesito unos calcetines de hilo con globos de colores bordados, para mi vestido rojo y no los encuentro en ninguna tienda. En ese momento el árbol se removió y, silbando levemente, de dos ramitas finas salieron dos calcetines de fino hilo rojo, con bordados de globos de colores.  Saltando de alegría Sara los recogió del árbol y, doblándolos con cuidado, los guardó en un bolsillo de sus vaqueros.



Continuará...


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