Qué bien viene estar en silencio. Leer, escribir, pensar... qué bien viene. Pero en silencio.
lunes, 15 de febrero de 2010
Incompleto relato
No quedaba más remedio que salir a la calle. Ya era de noche y hubiera preferido estarse en casa y, con el pijama ya puesto, cenar y acostarse. Pero no, ciertamente, no. Había que salir de nuevo, aunque fuera de noche y estuviera nevando.
Se puso el abrigo, una bufanda, guantes y gorro, pues pensó que haría frío. También se calzó unas botas gruesas y cogió un palo de madera para no resbalar en el hielo.
Bajó en el ascensor y repasó lo que llevaba. No se le había olvidado nada, incluida la comida en una bolsa de plástico.
Lo primero que hizo al salir del portal fue mirar a la noche iluminada por farolas blanqueadas. No había viento y los copos grandes como galletas caían sin ruido sobre los coches engordados de albor.
Se puso en marcha y rápidamente tuvo calor. Nevaba mucho sí, pero no hacía frío. Se despojó del gorro y la bufanda. La nevada era intensa, pero el silencio era absoluto.
Continuó caminando sobre la nieve suave y el palo de punta metálica resbalaba sobre la acera de piedra ofreciendo más inseguridad que sujección. No se había formado hielo y bajar el palo le pareció un fallo de cálculo. No sabía mucho de nieve.
Giró la esquina a la izquierda y tomó una calle solitaria, sólo recorrida por prudentes coches y peatones acallados por el espectáculo de la nevada.
Al final de la calle se detuvo ante lo que se podía adivinar que era un parque público. Entonces, silbó. Esperó y no se movió. Volvió a silbar quedamente, agachándose un poco, por ese temor inconsciente al qué dirán. Finalmente, tras un arbustillo asomó una gata blanca con rayas del color de la canela. Maulló levemente respondiendo al sonido del nuevo silbido y se decidió a avanzar con prudencia, mirando a la bolsa fijamente, venteando el aire frío y orientando sus orejas locamente a un lado y a otro como si no se fiara.
Él volcó la comida en el blanco mantel de nieve que se resquebrajó con el peso y la gata se decidió a comer de aquellas sobras suculentas. Cuando se hubo satisfecho miró a la cara del hombre mientras este le susurraba palabras ininteligibles para la gata, pero que le resultaban familiares y la tranquilizaban.
Entonces la gata le preguntó: ¿cómo te encuentras?.
El hombre sonrió satisfecho: estoy bien, pero te echo de menos.
La gata contestó en tono meloso: no dejes de venir. A mi también me gusta verte. ¿Cómo está Paco?
El hombre se ensombreció un tanto: hace mucho que no le veo, pero estará bien.
Cariño, le dijo la gata mientras se lamía las patas, vuélvete a casa ya. Mañana no te olvides de venir. Y lentamente, la gata se volvió por donde había venido.
El hombre giró para regresar a su casa. Apretó un poco el paso pues empezaba a tener frío. Entonces vió, detrás de un contenedor de vidrio, un carrito de niño. Estaba nuevo, perfecto para el uso, y pensó que la gente tiraba las cosas nuevas como si tal cosa. Y decidió que lo llevaría a casa para los hijos de Paco.
Anduvo con dificultad, pues el palo le estorbaba y el carrito pesaba un poco más de lo que se había imaginado. No había ya nadie por las calles nevadas y, finalmente, llegó al portal de su casa. Entró y se observó en el gran espejo de la pared. Estaba cubierto de una ligera capa de nieve y pensó en los bollos cubiertos de azúcar.
Se sacudió y subió a casa.
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-¿Estás bien?
-Pues no, Clara, estoy nervioso.
-¿Quieres que te prepare algo que te calme, una tila o prefieres otra cosa?
-Sí, cariño. Una tila estará bien. No la calientes mucho, he de irme pronto.
Mientras Clara desaparece tras el marco de la puerta, el hombre se acerca al mueble bar y se sirve rápidamente un chupito de güisqui. Se lo echa a la garganta y llena ansioso una segunda dosis que se traga sin miramientos. Resopla contenido y oculta el vasito entre los demás vasitos secos. Con los ojos enrojecidos se sienta en el sillón de nuevo y se enciende un cigarrillo. Ladea la cara y mira a través de la ventana la incesante nevada. Verifica la hora en su muñeca izquierda: las diez menos diez, le indica su pequeño reloj digital.
- No ha parado de nevar desde ayer por la tarde, ¡qué barbaridad!- Clara aparece con una tacita humeante- Tómatela antes de que se enfríe.
-Gracias, cariño. No puedo entretenerme demasiado. Quiero llegar un poco antes y explicarle todo. Después va a ser más difícil.
-¿Estás seguro de que no quieres que te acompañe?
-Sí, desde luego, prefiero ir sólo. Pero te lo agradezco mucho. No va a ser fácil.
Se bebe la tila rápidamente y dando un largo abrazo a su mujer, sale de la casa. Clara cierra la puerta con la pena escrita en la cara.
Él pensaba haber ido en su coche, pero la nevada ha trastocado sus planes y se decidió anoche por el metro.
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